3. El Retrato Familiar

Los días transcurrieron lentos, monótonos y lúgubres, aunque había mucho por decir, ni una palabra salía de la boca de Darío, ni de Cristian ni siquiera del pequeño Juan, que podría ser pequeño pero no tenía un pelo de tonto, hacía pocos días había llegado la Abuela de Cristian: Amalia, y había estado pendiente de todo lo que una Abuela podría estar pendiente en esos casos, era muy duro para ella estar a punto de perder a su segunda hija, tan joven, primero Jonaz y luego Diana, pero no era menos terrible de lo que sentía Cristian en aquellos momentos, el dibujo que había hecho hacía una semana ahora descansaba en la mesita de noche del hospital, y ahí estuvo hasta el último instante de la lucha de Diana, cuando de repente a media noche, el respirador automático se dejó de mover.

Cristian se encontraba en ese momento mirando por su ventana la luna, siempre le había parecido alegre pero esos días ni eso era capaz de levantarle el ánimo, no había podido dormir y estaba ahí, mirándola, brillante e imponente en el cielo nublado de la capital, entonces sonó el teléfono, no había timbrado dos veces cuando escuchó la voz de Darío contestar, por lo que supuso que tampoco estaba dormido, salió sigilosamente del cuarto tratando de escuchar lo que decía, aunque hablaba tan bajo, que a penas si lo escuchaba, lo oyó colgar y entró en su habitación, lo encontró sentado en el suelo junto al teléfono, sollozando en silencio.

-Qué pasó - Preguntó Cristian, aunque ya se imaginaba cuál era la respuesta.

Darío levanto la mirada y la clavo en el rostro del joven. No hacían falta palabras, las cosas más claras no podían estar, así que se sentaron juntos y lloraron en silencio un rato, hacia las 2 de la mañana, cuando ya empezaban a calmarse, se levantaron, y despertaron al pequeño Juan, tenían que ir al hospital, y arreglar las cosas para el funeral.

Cristian nunca había estado en uno, así que le sorprendió lo rápido que tardó su Tía en estar arreglada en un cajón, en el centro de una habitación llena de conocidos, Amalia había llevado un retrato que había de la familia hacía unos años en el que estaba ella sentada en una silla antigua, Diana a su izquierda con una sonrisa juguetona en su joven rostro,Jonaz a la derecha de la silla con Shaylan abrazada, la cual llamaba la atención por su altura y su cabellera que se veía curiosamente rojizo aunque la imagen no estaba a color y otra mujer desconocida al lado de ésta última, la cual tambien resaltaba por su increíble altura. Cristian no sabía o más bien no entendía por qué su Abuela estaba tan calmada, sentada junto al cajón, calmando a la mejor amiga de Diana la cual estaba sentada a su derecha y con Juan, curiosamente también muy calmado, sentado a su izquierda. Cristian se le acercó y se sentó junto a Juan, su abuela entonces se giró a hablarle.

- ¿Te sientes bien? - pregunto ella
- Supongo - respondió Cristian - sólo que, no sé, es una sensación rara, me siento triste pero es diferente. -
- se llama nostalgia, las personas se tienen que ir - dijo ella con calma - si nos ponemos a dolernos nunca los vamos a dejar ir, pero así es como las cosas tienen que ser -
- Supongo que si - dijo el apesumbradamente. - Abuela, ¿quién es la mujer de la foto? - preguntó con curiosidad mientras veía el retrato color sepia que estaba junto al cajón.
- Es tu tía, vino con tu madre del extranjero, vive en la vereda que sale de Chía por el norte, nunca fue una mujer de ciudad, pero venía a menudo a visitarme a mi y a tu madre, bueno, antes de...- Amalia calló abruptamente y tomó una actitud pensativa.
- ¿Del incendio? - preguntó Cristian con un aire inquisidor.
-Sí, del incendio, entonces no volvió a la ciudad, y no he vuelto a hablar con ella casi, solíamos escribirnos, pero dejó de hacerlo hace unos diez años.-

La conversación llegó a su final en ese momento, pues todos se dispusieron a rezar por el alma de Diana, antes de que se la llevaran a cremar.
La procesión fue larga, triste y gris, en todos los aspectos en el que se pueda aplicar el gris, desde el cielo que amenazaba con lluvia hasta el sentimiento que crecía por momentos en el interior de Cristian.

Después de ese día, las cosas empezaron a cambiar, aunque en la casa de Cristian la tristeza era algo casi físicamente palpable, las risas se empezaron a oír de nuevo, y el hielo comenzó a romperse, Darío trataba de llevarla lo mejor que podía, y Juan parecía superarlo rápidamente, aunque de vez en cuando le entraban ataques de depresión, Cristian aunque ya más sociable que antes, no le gustaba estar en su casa, la tensión lo molestaba constantemente, así que salía con sus dos mejores amigos del colegio, un sujeto alto, crespo y algo moreno que se llamaba Andy y un muchacho callado, y bajito, algo tímido que se llamaba Leonardo.
Después de la muerte de Diana ellos se había vuelto su mundo y su medio de escape, ni siquiera dibujando podía dejar de pensar en lo que sentía, y cada vez que tomaba el lápiz y el papel terminaba dibujando algo sin sentido y hasta cierto punto atemorizante así que dejó de hacerlo por un tiempo y se inscribió en un curso de pintura para usar de buena forma lo que su Tía le había regalado años atrás, además, se decía para si mismo.
-Si mi mamá era buena con la pintura, ¿por qué yo habría de no serlo?-
Se había puesto a investigar y había descubierto que su mamá tenía algunos cuadros famosos, y que después de su muerte, algunos de los cuadros que se habían salvado de las llamas habían sido restaurados y expuestos, en una galería privada que abría muy de vez en cuando, y que estaba a cargo del hijo de un importante empresario de la capital ya fallecido.

Antes de que se diera cuenta, en medio de pintura, amigos y búsquedas de su pasado pasaron dos meses.

domingo, 28 de marzo de 2010 en 7:50

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