1. El Olor a Ceniza

Era un día como cualquier otro, las aves anunciaron el amanecer y la familia Sáenz se levantó con la misma disposición que cualquier otro jueves normal, El padre se alistó para salir a trabajar mientras su esposa preparaba el desayuno y despertaba a su hijo de dos años, recién caminaba y a duras penas decía mamá, pero era el eje de aquella familia capitalina.
Jonaz era el padre, era alto delgado con ojos oscuros y tez blanca, su cabello negro algo desordenado abundaba en su cabeza, su esposa Shaylan tenía ojos verdes, era mucho más alta que su esposo y tenía una larga cabellera que le llegaba hasta la espalda, su hijo tenía los ojos oscuros y el cabello castaño, era robusto, algo moreno y reía con frecuencia, era una familia ideal. Vivían en una casa, en el norte de la ciudad, en el interior de un conjunto de casas del mismo tipo.
Jonaz salía todas las mañanas a trabajar en una compañía como ingeniero en jefe y Shaylan se quedaba en casa, pintando, tenía una habilidad increíble para pintar paisajes y escenas, y habían cuadros y dibujos suyos en cada pared, repisa y estante de la casa. Aquel jueves de Abril le daba los ultimos toques a un mural en el que trabajaba hacia un mes, en una d las paredes del cuarto de su pequeño hijo, el cual miraba con admiración los detalles. Se trataba de una escena de lluvia, que no imprimía tristeza, era más bien una lluvia alegre que caía sobre un lago plateado.

Poco después del anochecer Jonaz regresó, como cualquier otro día, cenaron y se fueron a dormir, sin saber lo que ocurriría luego.

Hacia la media noche, el sueño familiar fue interrumpido de repente, todo resplandecía, había un olor raro en el aire, y la luz naranja bailaba alegremente entre las sombras, El llanto del niño sólo era opacado por los gritos de su madre, hacía calor, mucho calor, luego una ráfaga fría y oscuridad, en la que sólo se sentía el caer de la lluvia a cántaros sobre la pequeña cama donde el niño no paraba de gritar.

En ese momento Cristian se despertó sentándose de un brinco, la sensación de mojado no se iba, se tocó la camiseta instintivamente, estaba empapado en sudor frío y el corazón le latía tres veces más rápido de lo normal, miró a su alrededor, todo estaba oscuro, no se veía nada excepto la hora resplandeciente de su reloj de mesa que marcaba las dos de la madrugada. No había luz, tampoco fuego ardiendo alrededor, ni sombras danzando burlonamente en el techo.
Cristian entonces se tumbó sobre su almohada con fuerza y pensó para sí mismo:- No lo resisto más.- Sabía bien que no bastaba con eso y que mientras los cerros siguieran ardiendo en ese verano implacable que azotaba la ciudad iba a seguir teniendo el mismo sueño noche tras noche, como las ultimas dos semanas, ya sabía lo que le pasaba cada vez que percibía el olor a ceniza,Los recuerdos de aquella noche lo perseguían, aun después de quince años.

Aunque era tormentoso recordar todo aquello, Cristian a menudo pensaba que le gustaría recordar más, al menos para ponerle sentido a la historia que nadie podía explicar, el sabía que aunque en sus sueños la sensación de humedad la producía su agitada transpiración, quince años antes no había sido eso lo que le había salvado de morir incinerado en su propia cama, el recordaba vagamente la lluvia, pero no tenía sentido, aquella noche no llovía, además el se encontraba en el interior de la casa, en su cuarto, donde no habían detectores de incendios, ni regaderas, ni siquiera tuberías cercanas o algún baño aledaño. Y a pesar de eso, según lo que su tía Diana le contaba los vecinos lo encontraron en una habitación absolutamente mojada e intacta aunque el resto de la casa fue consumida en poco más de veinte minutos.
Para completar el misterio del incendio de la casa Sáenz los padres de Cristian jamás fueron encontrados.

Mientras pensaba en eso, Cristian, poco a poco se volvió a dormir.

martes, 23 de marzo de 2010 en 10:48

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